viernes, 24 de febrero de 2012

cirugía estética y Sindrome de Down




Fuente: http://www.perfil.com/contenidos/2009/09/12/noticia_0054.html



Una historia que conmueve pero no es la única
La chica con Down que fue operada para no ser diferente



“¿Pero usted qué quiere, borrarle la cara?” Esa fue la pregunta que le hizo un cirujano plástico a Rosa Méndez cuando lo consultó sobre la posibilidad de atenuar algunos rasgos de su hija Carolina, quien había nacido con síndrome de Down en noviembre de 1980.

La niña, además de tener 47 cromosomas en lugar de 46 como la mayoría de las personas, salió del vientre materno con varios problemas del corazón, y sólo pudieron operarla del corazón al cumplir un año, cuando llegó al peso necesario para soportar la intervención. Mientras tanto, la deficiencia en el corazón le afectaba su respiración, y eso, sumado al gran tamaño que tenía su lengua debido a su problema genético, hacía que Carolina pasara mucho tiempo con la boca abierta: “No lo podía soportar”, cuenta su mamá a PERFIL casi treinta años después. Fue durante esos primeros meses que Rosa pensó que tener un hijo con síndrome de Down era demasiado para ella y “no podía conformarme con esta situación”. Expresando su estado de ánimo como una mezcla de angustia y desesperación “pensaba: la voy a mejorar”, se anima a revelar a este diario. Y lo hizo, porque para Rosa, era lo correcto. Soportó preguntas como las del cirujano, y en ese afán de búsqueda y ante el rechazo de dos especialistas en operar a Carolina, conoció al cirujano plástico Luis María Ripetta, director de la clínica homónima del partido de Vicente López, quien además de realizar otras cirugías estéticas operaba a chicos con síndrome de Down.

El caso de Rosa y su hija Carolina da cuenta de una tendencia que crece y se debate en la intimidad de las familias o en el hospital: cada vez son más los padres que recurren a la cirugía plástica para hacer desaparecer en el rostro de sus hijos la evidencia de que padecen síndrome de Down (SD), y combatir de esa manera el estigma de la discriminación. Lo hacen en especial a través de dos operaciones, las cuales forman parte de las prestaciones habituales que algunas obras sociales ofrecen a sus afiliados.

Una de ellas es la glosoplastia, que consiste en reducir el tamaño de la lengua, que en algunos casos de SD es excesivamente grande. La práctica, en la mayor parte de los casos, se realiza por recomendación del médico durante la infancia. La segunda es la cantoplastia, por la que se mueven levemente los cantos externos de los ojos para quitar la expresión “achinada”.

Tanto padres como médicos y asociaciones que trabajan con personas con estos problemas se muestran muy cautos en opinar sobre el tema, aunque en diálogo con PERFIL dicen con tono de advertencia que si bien la glosoplastia ayuda a que las personas con SD pronuncien mejor las palabras y la cantoplastia, a que vean más claro, “también muchos padres buscan apenas fines estéticos”.

La operación de chicos con SD con esos objetivos ha abierto un profundo debate sobre las posibilidades y conveniencias de tales prácticas. Al menos seis médicos o terapeutas de ONGs dedicadas al tema entrevistadas por PERFIL se opusieron a que los niños sean operados “sólo para que no se note su condición”, en especial por la incapacidad que tienen los casos más graves de SD de decidir si quieren o no someterse a las cirugías.

“No aceptamos disimular una discapacidad a través de una cirugía estética”, expresó Raúl Quereilhac, presidente de la Asociación Síndrome de Down (ASDRA) y padre de una joven con trisomía 21, como también se conoce al SD. Según su postura, a su hija “nunca la sometería a una instancia como ésa”, ya que “la integración a la sociedad no se logra disimulando las facciones, sino convenciendo a la gente del potencial de la persona con síndrome de Down”.

Si bien en ASDRA como en otras asociaciones de padres dicen “respetar” la posición de las familias que deciden operar a sus hijos, especialmente cuando se realiza por indicación médica, diferencian los casos de padres que lo hacen cuando sus hijos son pequeños de cuando ya son adultos. En el segundo caso, sostienen, es posible que los chicos “acepten” o incluso “decidan” en ciertas circunstancias hacerse las cirugías.

Luis Rodríguez, quien cuenta con una amplia experiencia como psicólogo de familias con chicos con esta problemática, cuenta a PERFIL que son “contados” los casos de niños con SD operados que ha visto, pero reconoce que la mayoría fueron intervenidos por “inquietud” de su familia. “Se pensaba que diluyendo los rasgos físicos no se notaría la diferencia. Sin embargo, en el síndrome de Down, además de los rasgos faciales y físicos, aparece el retraso mental, que lo evidencia como una persona diferente... y eso, eso no se puede modificar.”

Desde la Fundación para el Desarrollo Autónomo Laboral (Fundal), que promueve la integración de las personas con discapacidad en el mundo laboral, su directora, Stella Maris Páez, considera que cuando “a un niñito se le quiere cambiar la realidad modificando su cara, eso implica de alguna manera que el problema no está aceptado o que no se lo acepta tal cual es”. A la negación de la familia se le suma “cierto temor por la reacción” de la comunidad: muchos “temen que por ser como es, la reacción de la comunidad lo perjudique; pero en última instancia siempre es una cuestión de no aceptación”, opinó.

El caso de Carolina. Cuando la mamá de Carolina, Rosa, y su esposo, Sergio, tomaron la decisión de operar a su hija para reducir los rasgos de los efectos del SD, sabían que su situación iba a ser complicada, ya que pocas de sus amistades se mostraban de acuerdo. Así fue cuando tras superar los estudios y con la aprobación escrita de sus padres, a Carolina le operaron la lengua, entre cejo, párpados y las mejillas. Tenía cuatro años.

La operación demoró “una hora y media”, y ese mismo día pudieron retirarse del hospital con Carolina en brazos de su madre. Recién a los tres días pudieron darle de comer sólidos: “Sentía mucha culpa y me preguntaba por qué había hecho eso... pero no me arrepiento”, añadió Rosa, quien con sinceridad y valentía cuenta su historia, que es la de muchos otros padres en la misma situación.

La decisión, con el tiempo, les siguió trayendo problemas, ya que no siempre fue “apoyada ni respetada” por su entorno, incluso familiares y los directivos de la escuela especial en donde la niña asistía. Después de la operación, “la gente me decía que estaba todo igual, pero para mí no estaba todo igual”, cuenta Rosa. Era la discriminación la que se tornaba demasiado evidente.

—¿Rosa, por qué cree que operó a su hija?

—Yo siempre decía que era por ella, pero en realidad era porque yo quería verla distinta. A lo mejor la gente tenía razón en decirme que “le quería borrar la cara”, pero considero que fue para bien.

El porqué. Para los médicos y psicólogos, hay muchas formas de afrontar el nacimiento de un hijo con SD, una situación que afecta a casi 1 de cada 10 madres que dan a luz siendo mayores de 40 años, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tras el nacimiento, explican, se inicia un proceso de aceptación y de reorganización de la familia en torno al miembro con el síndrome.

Rodríguez, quien además de psicólogo es director de las asociaciones Amar y Puentes de Luz, de San Martín de los Andes, Neuquén, explica que “la familia pasará momentos de shock inicial y negación; y luego equilibrio y reorganización”. Para el especialista, hay familias que logran “aceptar y completar” la situación, mientras que otras “estarán toda su vida buscando esta reorganización”. Los estudios muestran cómo afecta en ese proceso el lugar en donde la familia vive, la clase social a la que pertenezca, la relación de la pareja y la cantidad de hijos que tenga antes del nacimiento del nuevo miembro.

Otros valientes familiares de chicos con el síndrome consultados por este diario reconocen que existe otra palabra que logra definir el momento en que reciben al mundo un hijo con el problema: duelo. De esa manera, de la negación van intentando adaptarse y encontrar cierta “estabilidad”, sostienen. Rodríguez coincide: “Asumir a un miembro de la familia con SD es un proceso asemejable a un duelo, y por eso habrá momentos de shock inicial”.

Aun así, cuando la familia logre adaptarse y vivir con alegría la situación, existen aquellos que recurren a las cirugías estéticas correctivas, que en algunos casos son voluntariamente aceptadas por los jóvenes con SD, y están en general motivadas por la discriminación de la sociedad.

Rodríguez considera “muy respetable” si un joven o adulto hace valer su autonomía y decide operarse, ya que “en definitiva, hace valer su derecho sobre su cuerpo y su persona, es decir que la decisión es parte de la inquietud de una persona que ha sido entrenada para que tome decisiones por sí misma”. Es en ese momento en donde entra en juego la educación.

La libertad. El SD, provocado por una alteración de los cromosomas en el momento de la concepción, limita en quienes lo tienen la capacidad de moverse y de crecer, y también la posibilidad de entender lo que sucede a su alrededor y de poder tomar decisiones conscientes. Es por eso que las cirugías estéticas para aminorar los rasgos son tan polémicas, ya que es en general la familia la que decide por la persona que será sometida. Pero no siempre es de esa manera.

“Un joven con SD puede decidir cambiar ciertos rasgos de sí, sea una cirugía, como también si quiere usar barba, teñirse el pelo o ponerse un piercing”, asegura Páez. De todas formas, es necesario ofrecerle apoyo psicológico, acompañarlo y que la cirugía sea el punto de llegada de un proceso, que seguramente no concluirá con una cirugía sino más bien con el trabajo de un rol social de la persona con discapacidad, añade.

En las asociaciones de personas con SD comparten el diagnóstico de los médicos cuando deciden operar a un niño o joven con trisomía 21 para mejorar la respiración o para tragar, pero sobre todo, recomiendan trabajar sobre “la identidad” de la persona con SD. “Al reconocerse, podrán aceptar y reconocer más fácilmente sus fortalezcas y limitaciones”, explica Luis Rodríguez, desde Neuquén.

La educación y la predisposición de los otros es fundamental también para Páez, porque “biológicamente, se tiene o no se tiene trisomía, en todas o en parte de las células”, pero la “real diferencia” la hace el sostén de la familia, de profesionales y el tratamiento.

Para Patricia Goddard, médica pediatra de adolescentes y coordinadora del Equipo de Atención para el Síndrome de Down del Hospital Alemán, “los avances en la atención médica y el desarrollo de las intervenciones tempranas y pedagógicas lograron que en la actualidad los chicos con SD vivan más tiempo y lleguen a la adultez con capacidades que eran impensadas”.

Para muchos, sin embargo, la voluntad de operarse –sea tomada por la persona o por su familia– sigue siendo un síntoma de una sociedad que discrimina al diferente y que hace un culto de la juventud, la belleza y la inteligencia.




rockandvida.org.ar

Felicito a este grupo de gente que trabaja junto con los jóvenes en el tema de prevensión de ITS.
Muy especialmente por las campañas organizadas para personas con diverisdades funcionales o discapacidades.
Gracias Johanna por haberme convocado a trabajar juntos
Lic M E Villa Abrille
Teléfonos y contactos útiles
Todas las respuestas a sus preguntas están en la web !!!
Si no las encuentra en nuestro sitio visite...
Discapacidad Gobierno Nacional / CONADIS
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e-mail: postmaster@cndisc.gov.ar
privada@cndisc.gov.ar
Discapacidad Gobierno de la Ciudad / COPINE
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Discapacidad Gobierno de la Ciudad / Dirección General de Discapacidad
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Discapacidad Gobierno Provincial / Consejo Provincial de Discapacidad
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La sordoceguera: un análisis multidisciplinar


 


fuente: www.sid.usal.es
Autor/es
Gómez Viñas, Pilar;
Publicación: Madrid: ONCE, 2004
Desc. física: 710 p.; 20 cm. + 1 CD-ROM
ISBN / ISSN: 84-484-0142-5
Resumen:
Un equipo de trece expertos profesionales, coordinados por Pilar Gómez Viñas y Eugenio Romero Rey, ha puesto a punto este excelente manual, que sintetiza los conocimientos más relevantes sobre la intervención con personas sordociegas.
El libro se presenta dividido en once capítulos y un apéndice, en los que se abordan los aspectos esenciales de la sordoceguera desde una perspectiva multidisciplinar. Los dos primeros capítulos, "La deficiencia visual", de Elvira Martín y Carlos M. Santos, y "La deficiencia auditiva", de Carlos censor, Mar Zorita y Mª Teresa Martín, exponen los aspectos médicos y clínicos de ambas deficiencias. El capítulo tercero, de Daniel Alvárez Reyes, introduce la singularidad de la sodoceguera, analizando tanto el concepto como la interacción con el medio y las características de los sordociegos como grupo social y cultural.
El capítulo cuarto, elaborado por Myriam García Dorado, presenta un detallado estudio de los sistemas de comunicación que utilizan las personas sordociegas. En el capítulo quinto, Mª Victoria Puig analiza las implicaciones de la sordoceguera en el desarrollo del individuo, en todas las etapas vitales: infancia, adolescencia, edad adulta y tercera edad. Pilar Gómez Viñas estudia en el capítulo sexto la educación de los sordociegos, resaltando los diferentes papeles de mediadores y guías-intérpretes en el proceso educativo y de integración social.
Los aspectos relacionados con el medio familiar se exponen en el capítulo séptimo, de Victoria Puig y Mª Altagracia Reguera, que también presenta en el siguiente capítulo los principales recursos y servicios para las personas con sordoceguera. Los tres últimos capítulos del libro se dedican a las ayudas técnicas (Beatriz Arregui y Eugenio Romero), a las técnicas de movilidad (Beatriz Arregui) y a la guía de interpretación (Myriam García). Como apéndice se presenta una excelente síntesis de Angel Martín-Blas sobre el código de lectoescritura Braille. La obra se completa con bibliografías específicas al final de cada capítulo, así como con interesantes y prácticos ejercicios de autoevaluación.
El libro se distribuye y comercializa junto con el CD-ROM que recoge su edición electrónica accesible. La obra puede igualmente consultarse y descargarse libremente en la página web de la ONCE: www.once.es, en la sección Servicios Sociales, Publicaciones Especializadas.
Información recogida de Integración: Revista sobre Ceguera y Deficiencia Visual (2005) 44
Página web: http://www.once.es/otros/sordoceguera/HTML/indice.htm

Portada del documento

21 de abril de 9 a 18 hs

A pedido de concurrentes se extendera la actividad del encuentro de Sexualidad y discapacidad o diversidad funcional, "NO NOS QUITEN LAS PALABRAS" hasta las 18 hs, pues compartiremos la proyección del film " Yo Tambien", de Pablo Pineda (2009).
 Inscripcion Previa : $ 450 (incluye break y almuerzo)..Cupos limitados.
Avda Santa Fe 2274 Piso 10 D CABA
Informes: villaabrille@gmail.com

Coordina Lic. Ma Elena Villa Abrille

El poder de la discriminación. (Lic. ma Elena Villa Abrille)

La personas con discapacidad o diversidad funcional que tienen una orientación sexual homosexual, viven con mayor discriminación,
Dado que cae sobre ellos la discriminación por la discapacidad, por la homosexualidad y una tercera exclusión que es la de su mismo grupo al que deseean pertenecer, por su orientación sexual y son rechazados,
Aquí no es por su condición, pero si por su discapacidad.
Es díficil entender que aún siga sucediendo esto. pero el poder del mito, del prejuicio y del desconocimiento es muy grande.
Es un tema poco abordado, no se habla ni se menciona demasiado, sabemos que estas son las causas del ocultamiento.
Permanezcamos con una escucha abierta, pues en la intimidad de un consultorio  el paciente se abre, sepamos escuchar, y orientar,
Hablando de este tema, me contacte con el Lic. Horacio Raices Montero de la CHA y me comento que desde esta entidad, esta coordinando grupos de personas con discapacidades. Interesante información pata tener en cuenta,
 Lic. Ma Elena Villa Abrille

jueves, 23 de febrero de 2012

Diversidad funcional, nuevo término para la lucha por la dignidad en la diversidad del ser humano



Javier Romañach, Manuel Lobato[1]
Foro de Vida Independiente – Mayo 2005
Fuente: http://www.discapnet.es/Castellano/comunidad/websocial/Recursos/Documentos/Tecnica/Paginas/Diversidad_funcional.aspx?pasaCustom=VIDA+INDEPENDIENTE&url=listado.aspx&page=1

Introducción

Las mujeres y hombres con diversidad funcional[2] constituyen un colectivo que ha sido tradicionalmente discriminado de una manera diferente al resto de colectivos que también han sufrido o sufren discriminación (mujeres, personas de raza negra, indígenas, inmigrantes, etc.)
Esta discriminación se ha dado incluso dentro de esos otros colectivos discriminados, que también han olvidado incluir en su lucha a sus propios miembros con diversidad funcional.
Los términos limitantes o despectivos utilizados para denominar al colectivo de mujeres y hombres con diversidad funcional juegan un papel fundamental en el refuerzo de las minusvaloración y, por lo tanto, en el mantenimiento de dicha discriminación.
Este artículo pretende proponer un nuevo término para denominar al grupo de mujeres y hombres, “mujeres y hombres con diversidad funcional”, que representan el 10% de la humanidad más olvidado y discriminado a lo largo de la historia en la casi totalidad de las sociedades humanas.

¿Por qué un nuevo término?

Sabemos que las palabras o términos llevan asociados ideas y conceptos, y que esta correspondencia no es azarosa sino que representan valores culturalmente aceptados del objeto o ser nombrado. Estos valores se transmiten en el tiempo utilizando las palabras como vehículo. Con el tiempo, si queremos cambiar ideas o valores no tendremos más remedio que cambiar las palabras que los soportan y le dan vida.
Existen muchas palabras ampliamente utilizadas en diferentes ámbitos para denominar al colectivo de mujeres y hombres con diversidad funcional. Si nos basamos en nuestra propia experiencia personal, la más utilizada en España es “Minusválido”: plazas de aparcamiento reservados para minusválidos, lavabo para minusválidos, pensiones para minusválidos, etc. Tanto en nuestra televisión como en la radio, como en las calles, nosotros formamos parte de un colectivo “menos válido”, o que “valemos menos”, que para el caso es lo mismo.
Por otro lado, en los textos jurídicos de nuestro país, persiste esta terminología y se usan términos como incapacitación, incapacidad, discapacidad, invalidez (parcial, total, absoluta, gran invalidez), minusvalía y dependencia.
Incluso en la recientísima Ley 51/2003, de 2 de diciembre, de igualdad de oportunidades, no discriminación y accesibilidad universal de las mujeres y hombres con discapacidad, en su artículo 1 “Objeto de la ley”, en su apartado 2, se mantiene la terminología y no se hace ningún esfuerzo por modificarla:[3]
2. A los efectos de esta ley, tendrán la consideración de mujeres y hombres con “discapacidad” aquellas a quienes se les haya reconocido un grado de “minusvalía” igual o superior al 33 por ciento. En todo caso, se considerarán afectados por una “minusvalía” en grado igual o superior al 33 por ciento los pensionistas de la Seguridad Social que tengan reconocida una pensión de “incapacidad” permanente en el grado de total, absoluta o gran “invalidez”, y a los pensionistas de clases pasivas que tengan reconocida una pensión de jubilación o de retiro por “incapacidad” permanente para el servicio o inutilidad
Conscientes de que el lenguaje produce, modifica y orienta el pensamiento, ciertos organismos relacionados con el mundo de la diversidad funcional han intentado acuñar nuevos términos, en busca de una nueva visión social de este colectivo.
En su último intento, la Organización Mundial de la Salud (OMS), promocionó la denominada Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF), adoptada durante la 54ª Asamblea Mundial de la Salud, que tuvo lugar en Ginebra (Suiza) entre el 14 y el 22 de mayo de 2001 (OMS, 2001), que propone el siguiente esquema conceptual para interpretar las consecuencias de las alteraciones de la salud:
  • Déficit en el funcionamiento (sustituye al término “deficiencia”, tal y como se venía utilizando por la anterior Clasificación Internacional de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías, CIDDM, de 1980): es la pérdida o anormalidad de una parte del cuerpo o de una función fisiológica o mental. En este contexto el término “anormalidad” se usa para referirse a una desviación significativa de la norma estadística (por ejemplo, la mediana de la distribución estandarizada de una población).
  • Limitación en la actividad (sustituye el término “discapacidad”, tal y como se venía utilizado en la CIDDM): son las dificultades que una persona puede tener en la ejecución de las actividades. Las limitaciones en la actividad pueden calificarse en distintos grados, según supongan una desviación más o menos importante, en términos de cantidad o calidad, en la manera, extensión o intensidad en que se esperaría la ejecución de la actividad en una persona sin alteración de salud.
  • Restricción en la participación: (sustituye el término “minusvalía”, tal y como se venía utilizado en la CIDDM): son problemas que una persona puede experimentar en su implicación en situaciones vitales. La presencia de restricciones en la participación es determinada por la comparación de la participación de una determinada persona con la participación esperada por parte de otra sin discapacidad en una determinada cultura o sociedad.
  • Barrera: son todos aquellos factores ambientales en el entorno de una persona que condicionan el funcionamiento y crean discapacidad. Pueden incluir aspectos como por ejemplo un ambiente físico inaccesible, la falta de tecnología asistencial apropiada, las actitudes negativas de las mujeres y hombres hacia la discapacidad, y también la inexistencia de servicios, sistemas y políticas que favorezcan la participación.
  • Discapacidad: en la CIF, es un término "paraguas" que se utiliza para referirse a los déficits, las limitaciones en la actividad y las restricciones en la participación. Denota los aspectos negativos de la interacción entre la persona con una alteración de la salud y su entorno (factores contextuales y ambientales).
Tenemos que reconocer que esta búsqueda de nuevos conceptos es un loable intento por desplazar el “problema” de la diversidad funcional de la persona al entorno. No obstante, si analizamos los términos utilizados, vemos que contienen las palabras déficit, limitación, restricción, barrera y discapacidad.
En opinión de los autores, ninguno de estos términos es positivo, ni neutro, por lo que resultan un vano intento de cambiar una realidad en la que los propios autores no acaban de ver el lado cuando menos neutro o positivo de la diversidad funcional.

Hacia un nuevo modelo más allá del modelo médico y el modelo social

Desde el Foro de Vida Independiente entendemos que la diversidad funcional no tiene nada que ver con la enfermedad, la deficiencia, la parálisis, el retraso, etc.  Toda esta terminología viene derivada de la tradicional visión del modelo médico de la diversidad funcional, en la que se presenta a la persona diferente como una persona biológicamente imperfecta que hay que rehabilitar y “arreglar” para restaurar unos teóricos patrones de “normalidad” que nunca han existido, que no existen y que en el futuro es poco probable que existan precisamente debido a los avances médicos.
Entendemos que las mujeres y hombres con diversidad funcional tienen que ver con sociedades que, siendo intrínsecamente imperfectas, han establecido un modelo de perfección al que ningún miembro concreto de ellas tiene acceso, y que definen la manera de ser física, sensorial o psicológicamente, y las reglas de funcionamiento social. Y que este modelo está relacionado con las ideas de perfección y “normalidad” establecidas por un amplio sector que tiene poder y por el concepto de mayorías meramente cuantitativas.
Estas mayorías se han mantenido a lo largo de siglos y es por ello que los intentos de cambio terminológico han tenido poco resultado, ya que en su mayor parte han sido propuestos desde la niebla mental producida por miles de años de opresión, discriminación y segregación.
Los intentos de trasladar todo o parte del problema a la sociedad, proponiendo términos como “restricciones de participación” no han tenido ningún éxito porque, en el fondo, la sociedad sigue pensando y creyendo que gran parte del problema está en el sujeto con diversidad funcional. De hecho, y en general, las propias mujeres y hombres con diversidad funcional prefieren los términos que designan directamente su deficiencia tales como sordo, ciego, tetrapléjico, etc., porque constatan una realidad de su propia vida y muchos de ellos ya no le ven el valor negativo.
Por lo tanto, los intentos de desplazar el “problema” completamente a la persona o completamente a la sociedad, no han tenido demasiado éxito.
En esta propuesta, buscamos un lugar intermedio que no obvie la realidad. Las mujeres y hombres con diversidad funcional somos diferentes, desde el punto de vista biofísico, de la mayor parte de la población. Al tener características diferentes, y dadas las condiciones de entorno generadas por la sociedad, nos vemos obligados a realizar las mismas tareas o funciones de una manera diferente, algunas veces a través de terceras personas.
Así, una persona sorda se comunica a través de los ojos y mediante signos o señas, mientras que el resto de la población lo hace fundamentalmente a través de las palabras y el oído. Sin embargo, la función que realizan es la misma: la comunicación. Para desplazarse, una persona con una lesión medular habitualmente utiliza una silla de ruedas, mientras que el resto de la población lo hace utilizando las piernas: misma función, manera diversa.
Por eso el término “diversidad funcional” se ajusta a una realidad en la que una persona funciona de manera diferente o diversa de la mayoría de la sociedad. Este término considera la diferencia de la persona y la falta de respeto de las mayorías, que en sus procesos constructivos sociales y de entorno, no tiene en cuenta esa diversidad funcional.

Cuestión de mayorías que discriminan

Conviene tener en cuenta que una persona “entra” en el colectivo de las mujeres y hombres con diversidad funcional cuando no puede realizar las mismas funciones de igual manera que la mayoría. Si la mayoría de los seres humanos, por ejemplo, no viéramos, seríamos diferentes a lo que somos y, probablemente, tendríamos el olfato y el tacto mucho más desarrollados. Además, el entorno construido sería muy diferente: los ordenadores no tendrían pantalla, habría sólo radio y no televisión, no existiría la escritura en tinta y se habría desarrollado, posiblemente, la escritura en relieve, y los medios de grabación y reproducción de elementos sonoros estarían mucho más desarrollados.
Por lo tanto, la manera en que construimos nuestro entorno depende de lo que nos han enseñado que es “normal” en sentido estadístico, y esta “normalidad” va cambiando con los tiempos. No debemos olvidar que lo “normal” es una ficción estadística de carácter meramente instrumental.
En ese sentido hemos creado una sociedad en la que no ha se contemplado la posibilidad de integrar plenamente la diversidad en todos sus ámbitos (educación, trabajo, edificación, transporte, comunicación, información, ocio, etc.).
Por el contrario, en la construcción de nuestro entorno social, físico y mental, ha primado la discriminación de todo aquel que es diferente, adoptando actitudes de explotación, arrinconamiento, negación de sus derechos, asignación de papeles pasivos, de esclavitud y generación de conflictos. Pensemos en las discriminaciones y abusos que han sufrido y sufren los indígenas americanos, las mujeres y hombres de raza negra, las mujeres y hombres sin recursos económicos, las mujeres, los niños, etc.
En esas capas de discriminación que existen todavía hoy y que estratifican verticalmente a la sociedad, la última en ser destapada ha sido la de las mujeres y hombres con diversidad funcional, allá por los finales de los años 60 del siglo pasado, cuando surgió en la Universidad de Berkeley el Movimiento de Vida Independiente, el primero en la lucha por los derechos humanos, sociales y económicos de las mujeres y hombres con diversidad funcional.
Esa discriminación es la que obliga a un colectivo diferente, como es el de las mujeres y hombres con diversidad funcional, a agruparse e identificarse como un grupo humano que debe luchar para conseguir una ciudadanía plena y una igualdad de derechos y oportunidades efectiva en la sociedad, para conseguir ser un conjunto de personas cuya diversidad se aprecie como un valor, y encontrar sus sitio en este mundo.

Análisis del término

El término mujeres y hombres con diversidad funcional es novedoso y se propuso y empezó a utilizar en el Foro de Vida Independiente[4] en enero de 2005[5]. Entendemos que es la primera vez en la historia y en el mundo que se propone un cambio hacia una terminología no negativa sobre la diversidad funcional, y que esa propuesta parte exclusivamente de las mujeres y hombres con diversidad funcional. Pretendemos ir incluso más allá y obviar la estrategia social del “desviacionismo”, esa que obtiene como resultados el “ellos” y “nosotros”, para plantear que la diversidad funcional es algo inherente al ser humano y que, en muchas ocasiones, puede ser de carácter transitorio o circunstancial, por lo que aflora su carácter de conflicto social que de forma directa, indirecta, transitoria o definitiva, a todos nos alcanza.
El término consta de cuatro palabras, y eso lo hace a priori más complejo de utilizar que el término que pretende sustituir: personas con discapacidad. No obstante, la experiencia ha demostrado que en muy poco tiempo, las mujeres y hombres que aceptan el término lo utilizan tanto en forma escrita como hablada con fluidez y naturalidad, habiéndose incluso acuñado el acrónimo PDF, extraído de las iniciales de cada palabra (Persona con Diversidad Funcional).
El uso de la palabras “mujeres y hombres con” mantiene la tradición anterior de reforzar el concepto de que somos mujeres y hombres y, por lo tanto, tenemos y queremos reforzar la dignidad inherente a nuestra esencia como seres humanos que nacemos y queremos vivir con los mismos derechos y dignidad que todos los demás, tal como lo establece la ONU[6]:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”
La palabra “diversidad” viene definida en Diccionario de la Real Academia[7] de la lengua como:
diversidad.  (Del lat. diversĭtas, -ātis).
1.     f. Variedad, desemejanza, diferencia.
Con esa palabra queremos reflejar exactamente eso, la diferencia, la desemejanza con lo que es habitual en la mayoría estadística de la especie humana.
La palabra “funcional” viene definida como:
funcional.  
1.     adj. Perteneciente o relativo a las funciones
En esta palabra utilizamos la primera acepción de la palabra función:
función.  (Del lat. functĭo, -ōnis).
1.     f. Capacidad de actuar propia de los seres vivos y de sus órganos, y de las máquinas o instrumentos.
Y nos referimos en concreto a los dos primeros conceptos: a las funciones de los órganos o partes de nuestro cuerpo (P. Ej. ojos, oídos, piernas, cerebro, etc.) y también a las funciones que realizamos habitualmente los seres humanos como seres vivos (por ejemplo, desplazarse, ver, comunicarse, etc.)
Como podemos observar, el término es semánticamente correcto en la lengua castellana y recoge todos los conceptos que queremos expresar, a excepción de la discriminación. No obstante, la tradicional vinculación entre la diversidad humana y la discriminación social, hace que no resulte necesaria la inclusión de este aspecto en la definición del término, ya que luchamos para que llegue un tiempo en el que la discriminación desaparezca y la diversidad funcional sea aceptada como una riqueza más dentro de la diversidad de la especie humana.
Se podría argumentar, como hace Carlos Egea[8], al respecto del orden en que deberían aparecer los términos diversidad y funcional.
“En lo que ya no estoy tan de acuerdo es en el orden en que se utilizan los dos siguientes términos: "diversidad" y "funcional". Está claro que los promotores del uso de esta terminología querían resaltar el hecho de que existen mujeres y hombres que "funcionan" (actúan, realizan actividades, interactúan, se relacionan, etc.) de manera "diversa" (distinta, diferente, de otra manera, etc.). En el fondo de la idea estoy absolutamente de acuerdo: hay un grupo de mujeres y hombres en esta sociedad que tienen un funcionamiento distinto. O, hilando más fino, todos, absolutamente todos, funcionamos de forma distinta.
El problema es que nos hemos olvidado de la lección de gramática sobre los nombres (o sujetos) y los adjetivos (o calificadores). En el término que se intenta implantar "diversidad" es el nombre que expresa, como nos recuerda el Diccionario de la Real Academia, la variedad, desemejanza o diferencia. Y la palabra "funcional" es el adjetivo que, para lo que nos interesa, expresa (también según el DRAE) la pertenencia o relación con las funciones biológicas o psíquicas.
Es decir, en la aplicación de "persona con diversidad funcional" estamos expresando que lo sustantivo se encuentra en la distinción que se aplica a las funciones biológicas o físicas. Casi parece que estemos tirando piedras a nuestro propio tejado.
Pero si le damos la vuelta (yo ya he utilizado en algún mensaje esa vuelta) a los términos estaremos atinando más en la intención del cambio propuesto. Si hablamos de "mujeres y hombres con funcionalidad diversa" (parece lo mismo pero cambia lo sustantivo y lo adjetivo) estamos poniendo el acento en que lo sustantivo es el funcionamiento (funcionalidad sería el nombre que expresa la cualidad de lo relativo a las funciones biológicas o psíquicas) y lo adjetivo es lo diverso (expresando la distinta naturaleza o forma de la funcionalidad que adjetiva).”
No obstante, nosotros, aceptando como plenamente válidas sus razones, disentimos de este reconocido experto por tres motivos fundamentales:
·       Sí queremos resaltar nuestra diferencia, porque es una realidad inherente en nuestras vidas, estamos orgullosos de ella y encontramos la plena dignidad en esa diferencia, que no negamos.
·       A la hora de acuñar un nuevo término, su facilidad de pronunciación y la velocidad de asimilación son muy relevantes. A nuestro entender, “mujeres y hombres con funcionalidad diversa”, es mucho más complejo de pronunciar que “mujeres y hombres con diversidad funcional” y, por lo tanto, será más difícil y lento de asimilar.
·       Además, hay que considerar la posibilidad de intercambiarlo con el término anterior: “discapacidad”. Por ejemplo, el intercambio con “diversidad funcional” es directo: “Mujeres y hombres con discapacidad” -> Mujeres y hombres con diversidad funcional”, “Políticas sobre discapacidad” -> “Políticas sobre diversidad funcional”, “Mujeres y hombres con discapacidad intelectual” -> “Mujeres y hombres con diversidad funcional intelectual”, etc.          

Sin embargo la sustitución por “funcionalidad diversa” parece menos intuitiva:  “Mujeres y hombres con discapacidad” -> Mujeres y hombres con funcionalidad diversa”, “Políticas sobre discapacidad” -> “Políticas sobre funcionalidad diversa”, “Persona con discapacidad intelectual” -> “Mujeres y hombres con funcionalidad diversa intelectual”

La diversidad en la diversidad

Tal como se ha escrito en varias ocasiones en este texto, a la hora de contemplar la diversidad de género dentro del colectivo, debemos escribir mujeres y hombres con diversidad funcional o bien hombres y mujeres con diversidad funcional.
Desde el Foro de Vida Independiente entendemos que lo que une al colectivo no es su diversidad interna, sino la discriminación social que sufren todos los  días los hombres y mujeres con diversidad funcional, incluyendo a todas aquellas personas que, circunstancial o transitoriamente, se ven de repente inmersas en un entorno hostil que les niega su ciudadanía.
No obstante, entendemos que las soluciones para erradicar esa discriminación tienen que atender a la diversidad específica de grupos de individuos que podemos agrupar y denominar como personas con: diversidad funcional física, diversidad funcional visual, diversidad funcional auditiva, diversidad funcional mental, diversidad funcional intelectual, diversidad funcional orgánica, diversidad funcional circunstancial y/o transitoria, etc.
A la hora de atender a la diversidad lingüística de nuestro estado podríamos acuñar términos como “diversitat funcional" en catalán, “diversidade funcional” en gallego y “funtzionaltasun aniztasuna” en vasco.
Atravesando nuestras fronteras y aprovechando los conocimientos de idiomas de los autores con ánimo de proponer y no de imponer, tal como hemos hecho a lo largo de todo el documento, nos atrevemos a presentar “functional diversity” en inglés, “diversité fonctionnelle” en francés y “diversità funzionale” en italiano.

Conclusión

A lo largo de este artículo hemos identificado tres elementos que definen como diferentes a los miembros de un colectivo que lucha por sus derechos:
  • Cuerpos que tienen órganos, partes del cuerpo o su totalidad que funcionan de otra manera porque son internamente diferentes.
  • Mujeres y hombres que por motivos de la diferencia de funcionamiento de su cuerpo realizan las tareas habituales, (desplazarse, leer, agarrar, vestirse, ir al baño, comunicarse, etc.) de manera diferente. (Podríamos decir, mujeres y hombres que funcionan de otra manera)
  • Colectivo discriminado por cualquiera de las dos razones arriba expuestas
La manera en la que desde el Foro de Vida Independiente proponemos denominar a ese colectivo, al que pertenecemos, es mujeres y hombres con diversidad funcional, ya que entendemos que es la primera denominación de la historia en la que no se da un carácter negativo ni médico a la visión de una realidad humana, y se pone énfasis en su diferencia o diversidad, valores que enriquecen al mundo en que vivimos.



[1] Agradecemos los comentarios y aportaciones de miembros del Foro de Vida Independiente, especialmente a Mª Ángeles Sierra y Rebeca Gómez.
[2] El objeto de este artículo es la justificación de la introducción del término “diversidad funcional” en sustitución de otros con semántica peyorativa como “discapacidad”, “minusvalía”, etc. Se utiliza desde el principio porque los autores están convencidos de su validez.
[3] Las comillas, cursivas y subrayados son de los autores.
[4]   El “Foro de Vida Independiente” es una comunidad virtual –que nace a mediados de 2001- y que se constituye como un espacio reivindicativo y de debate a favor de los derechos humanos de las mujeres y hombres con todo tipo de discapacidad de España. Se encuentra en  http://es.groups.yahoo.com/group/vidaindependiente/. Esta filosofía se basa en la del Movimiento de Vida Independiente que empezó en los EEUU a finales de los años sesenta.
[5] Mensaje 9622 de la comunidad virtual del Foro de Vida Independiente. http://es.groups.yahoo.com/group/vidaindependiente/messages/9622
[6] Declaración Universal de los Derechos humanos. Adoptada y proclamada por la Resolución de la Asamblea General 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948. Artículo 1.
[7] Diccionario de La Lengua Española. Vigésima segunda edición. www.rae.es
[8]Mensaje nº 12.400 dell Foro de Vida Independiente.
http://es.groups.yahoo.com/group/vidaindependiente/message/12400

Solo dos de cada diez mujeres con discapacidad tienen un empleo


JAÉN

 

Aunque la mayoría recibe ingresos propios, ya sea por trabajo o por una pensión, reconocen no gestionar su dinero

Fuente: http://www.ideal.es/jaen/v/20120223/jaen/solo-cada-diez-mujeres-20120223.html

23.02.12 - 00:46 -
ISABEL ALCÁNTARA | JAÉN.
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La tasa de paro en la provincia es más que para echarse las manos a la cabeza, roza el 30%. Sin embargo, esta cifra llega a límites desorbitados cuando se refiere a mujeres con discapacidad. Solo dos de cada diez de estas mujeres están insertas en el mercado laboral. Según los datos obtenidos en el estudio 'Autodiagnóstico de la Situación de las Mujeres con Discapacidad en Andalucía', el 78 por ciento de las mujeres en esta situación no posee empleo y además, el 41% de ellas ni siquiera están inscritas como demandantes, es decir, se consideran 'inactivas'. Dentro de las que trabajan, también es relevante que algo más de una cuarta parte de ellas lo hacen sin contrato. Y de las que tienen contrato, el 19% están dentro del empleo protegido.
La situación laboral de este colectivo es una de las claves que revelan cuál es su posición en la sociedad y de la enorme dificultad a la que tienen que hacer frente para poder ejercer cada uno de los derechos que toda persona posee. Ligado con esto, el estudio de autodiagnóstico muestra que el 74% de estas mujeres poseen ingresos propios -ya sea por una pensión o por trabajo- aunque la mayoría son inferiores al salario mínimo interprofesional. No obstante, la mayor parte de las entrevistadas en el estudio -más de 3.000 en toda Andalucía, trescientas de ellas en Jaén- reconoce no tener libertad para gestionar su propio dinero, una tarea de la que se suele encargar o su pareja o sus familiares.
La investigación parte de la idea de que sufren una doble discriminación en la sociedad, una por poseer una discapacidad y otra por ser mujer, cuestiones que inciden negativamente en la calidad de vida estas mujeres. «Con este estudio hemos querido comprobar cuáles son los efectos de la múltiple discriminación», apuntó Mª Ángeles Cózar, presidenta de la Federación de Asociaciones para la Promoción de la Mujer con Discapacidad Luna Andalucía, que fue la encargada de presentar ayer en Jaén el resultado del estudio, en el que también ha colaborado la Junta de Andalucía desde su área de Igualdad y Bienestar Social. Así pues, aparte del empleo, éste aporta datos muy significativos en múltiples cuestiones.
Han abordado desde la perspectiva del colectivo sobre la accesibilidad, la participación social y la valoración de su tiempo de ocio, su autopercepción, el grado formación; pasando por la salud, la sexualidad o la vida en pareja; hasta la maternidad o la violencia.
Salud o vivienda
Entre todo los datos obtenidos, destacan, por ejemplo, en cuestión de salud, que el 87% de estas mujeres ha sentido en algún momento que su intimidad ha sido vulnerada en los centros médicos. «Vas al hospital y te dan vueltas por todos los sitios, no corren las cortinas porque total, tienes una discapacidad y da igual... Como si no te importara ir por ahí desnuda y que todos te vean», relata una joven de 33 años que ha intervenido en el trabajo. El colectivo reclama mayor respeto y ser tratados con la misma delicadeza que al resto de pacientes. También en este ámbito, resulta llamativo 7 de cada 10 mujeres nunca ha acudido a una consulta ginecológica y más del 60% tampoco se ha hecho una mamografía. El estudio indica que estas mujeres suelen recibir diagnósticos centrados únicamente en su discapacidad sin ahondar en otras causas, lo que repercute, por ejemplo, en que no se hagan revisiones por simple prevención, algo que suele indicar a todas las mujeres.
En cuanto a vivienda y familia el documento saca a la luz que solo tres de cada diez mujeres viven en una casa adaptada a su discapacidad, «por lo tanto viven en un espacio no accesible, lo que es un factor de exclusión fundamental», apunta el documento. Y es que no se trata únicamente de que los espacios públicos estén libres de barreras, sino que también los propios hogares permitan la autonomía de las mujeres con discapacidad.
En el ámbito familiar, resulta además llamativo que a pesar de que a estas mujeres se les considera personas que necesitan del apoyo de otras, hay una gran cantidad de ellas que tienen a su cargo a otras personas, más del 40%, habitualmente a sus padres o suegros.

domingo, 19 de febrero de 2012

21 de abril- Encuentro sobre sexualidad y discapacidad

"No nos quiten las palabras!"
Encuentro destinado a docentes, profesionales y técnicos .
Espacio vivencial con invitados especiales con la finalidad de lograr un cambio actitudinal hacia el tema.
Los espero
Lic Ma Elena Villa Abrille
Informes: villaabrille@gmail.com

- Cuando se perdieron las palabras.www.fundafasia.org

Cuando se perdieron las palabras 
 
Y de pronto se perdieron las palabras.
Sólo las formas y las cosas perduraban
pero había olvidado el modo de llamarlas.
Un relámpago había borrado de mi memoria
el lenguaje heredado de otros siglos
y el que descubría cotidianamente.
Tenía que reinventar el mundo que me circundaba
porque ese universo sólo estaba en la palabra.
Y recién supe que el silencio es mera pausa la que separa el ser del no ser de la existencia.

la que separa el ser del no ser de la existencia.
Porque ya no importaba descubrir la belleza
mientras no pudiera decirlo con palabras.
Y recién supe que la contemplación
es un sordo e inútil llamado a los sentidos,
que sin palabras se torna regresiva
se bloquea la inteligencia más profunda
Y que también el sentimiento, el más puro,
el más noble, necesita expresarse con palabras.
 
 
Poema escrito por Ricardo Gaspari
una persona con afasia recuperada en la FAA
  

ACV y sexualidad

Es necesario hablar sobre  la sexualidad  de la persona que ha tenido un ACV y ha quedado con secuelas.
Hay muy poco escrito y estudiado.
Las personas afectadas de un ACV quedan con alteraciones, que muchas de ellas, les cambian totalmente la apreciación de la realidad y su forma de comunicarse.
Existe dificultad en la comprension del lenguaje y en la expresion. fuente esta de particular importancia a la hora de comunicarnos.
En una primera instancia, la preocupacion pasa por la rehabilitación. como en cualquier otra pérdida de función. pero pocas veces  se tiene en cuenta su afectividad y sexualidad.
La persona queda desconectada de su cuerpo sentimientos y sensaciones y no puede en muchos casos hacerse entender,
Qué hacer respuesto a su sexualidad?
Mas que las palabras, que en algunos casos no entenderan, tenemos que aprender a utilizar el cuerpo, nuestro cuerpo y el del otro, acercarnos, acariciar,abrazar, besar.
Un abrazo permite a la persona conectarse consigo mismo y con el otro, le da noción de pertenencia de su cuerpo , el otro y de sus sentimientos.
A los colegas sexólogos invito a entrar en este terreno, he tenido la oportunidad de trabajar con personas afásicas y el deseo esta intacto. y sienten igual que las demas personas, pero la dificultad esta en la propia percepcion de su persona y la mirada de los otros hacia ellos.
Es una tarea no facil, necesitamos mucha paciencia y dedicación, poner  todos nuestros sentidos, nuestro cuerpo, pero el tiempo invertido en esta tarea, dara felicidad a otra persona y a nosotros mismos.
Lic Ma Elena Villa Abrille

LA DESCENDENCIA DE LAS PERSONAS CON SÍNDROME DE DOWN


(Por José Ramón Amor Pan)




Fuente:www.down21.org


También ellos crecen
Introducción
Punto de partida
Paternidad responsable
Por una vida efectiva y sexual normalizada
¿Deben tener hijos las personas con síndrome de Down?
Por una vida efectiva y sexual normalizada
Conclusión
Admitido que las personas con síndrome de Down son capaces de amor, de convivir establemente con otra persona y de casarse, queda por analizar el tema de la descendencia. Hablar de sexualidad y de matrimonio implica hablar también de hijos, aunque, ciertamente, sea mucho más que su significado procreador, tal y como hemos subrayado anteriormente: la sexualidad y el matrimonio no se justifican únicamente por los hijos. Lo malo es que la creatividad de la pareja ha sido expresada durante mucho tiempo únicamente a través de la reproducción. Hay que cambiar de esquema, de paradigma. Todavía en nuestra sociedad la esterilidad de la pareja se sigue considerando como una carencia, como un cierto baldón, como una imperfección contra la que hay que luchar con todos los medios posibles: de ahí el enorme desarrollo en los últimos años de las diferentes técnicas de reproducción asistida. No deja de resultar llamativo que esta situación coincida en el tiempo con una cierta mentalidad antinatalista y abortista.
Hay que afrontar, pues, la discusión ética y práctica sobre los hijos de padres con síndrome de Down. El conflicto surge cuando aceptado como persona, dueño de su cuerpo y sensaciones, libre en sus deseos, se plantea el derecho y la necesidad de tener hijos y criarlos. La discusión se polariza con excesiva frecuencia en el tema de la esterilización. El punto crítico de este debate se centra en la protección legal indispensable para que las medidas restrictivas que se puedan adoptar sean realmente en beneficio del sujeto y no una imposición meramente satisfactoria y tranquilizadora de los padres y de la sociedad en general.
La decisión de tener un hijo es un asunto que afecta sobre todo a la pareja. Sin embargo, no deja de ser un tema que concierne también a la sociedad en su conjunto; en el caso de las personas con síndrome de Down, este factor alcanza un mayor relieve porque necesitan en un grado más elevado de las mediaciones sociales para el desarrollo de su vida cotidiana. Por otra parte, tampoco puede dejarse de lado la situación en la que el nuevo ser va a venir a la vida, en el sentido de que ese entorno debiera reunir unas condiciones favorables para el desarrollo de sus potencialidades.
Paternidad responsable

La tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. En este sentido, el hijo es una bendición para los padres y como tal tiene que ser aceptado y comprendido. No se ostenta sobre los hijos un poder o un señorío inmediato y absoluto, no existe un derecho subjetivo al hijo. El hijo es un fin en sí mismo. Como dice Savater, “ser padres no es ser propietarios de los hijos ni éstos son un objeto más que se ofrece en el mostrador. Volvamos a los viejos planteamientos kantianos: lo que deben querer los padres es al hijo como fin en sí mismo” (1). El hijo no es un bien útil que sirve para satisfacer determinadas necesidades del individuo o de la pareja. La gratuidad es la ley de la transmisión de la vida humana. El bien del hijo debe dar el sentido principal a todos los dilemas que pueda plantear la fecundidad humana. Asistimos hoy a lo que se podría llamar una cultura y moral del deseo, muy peligrosa, en virtud de la cual lo que se desea ardiente e irresistiblemente se impone de forma absoluta y legitima modos de conducta. El deseo puede derivar en obcecación y convertirse en enajenación existencial. Debe insistirse en que el hijo no puede ser buscado para llenar ningún vacío de nuestra vida, no puede ser utilizado para encontrar reconocimiento social o para imitar roles, sino que habrá de ser amado y deseado por sí mismo: los hijos no se merecen, nunca se tiene derecho a ellos.
Por otra parte, siendo verdad que los hijos son un valor intrínseco y una bendición para los padres y para la comunidad social, también es cierto que no es suficiente con traer hijos al mundo. Ser padre es cuidar y estimular el crecimiento de todas las dimensiones de los hijos. Los padres deben ser capaces de responder a estas exigencias, atentos a desarrollar todas las virtualidades de su hijo, que pide desarrollarse en todas esas direcciones. Los hijos no sólo son un don para la pareja, son también una tarea, una responsabilidad que en no pocos momentos resultará ser una difícil y pesada carga. Por eso, antes de embarcarse en la maravillosa aventura de tener un hijo, hay que examinar sinceramente si de verdad se está en disposición de traerlo a la vida con un mínimo de garantías. No se trata, obviamente, de pretender unas circunstancias absolutamente ideales, sino tan sólo de que existan ese conjunto de características que hagan viable a priori la crianza y desarrollo óptimos del nuevo ser. Se trata de guardar una cierta proporcionalidad entre el objeto que se pretende y nuestras actuales disposiciones, con sentido común y equidad.
En el pasado apenas se planteaban interrogantes ni sobre la procreación, ni sobre las responsabilidades inherentes, ni mucho menos sobre el sentido de la fecundidad humana. La reproducción era considerada como el resultado natural y esperado de la decisión de contraer matrimonio, porque casarse -lo hemos visto- no era tanto formar una pareja cuanto más bien crear una familia. Con la idea de “paternidad responsable” se pretende afirmar que este campo tan íntimo e importante de la existencia ha de conducirse por medio de decisiones sensatas, razonables, en un clima de amor y libertad. Todas las esferas de la vida del ser humano deben estar bajo el signo de la prudencia y la responsabilidad. La paternidad responsable supone prestar atención a las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales que envuelven el acto de procrear. Una decisión ponderada puede significar tanto traer un nuevo ser a la vida, como tenerlo en otro momento o no tener un hijo. No es, por consiguiente, un concepto sólo cuantitativo, sino eminentemente cualitativo. No es una decisión prima facie egoísta y calculadora, sino que está movida por razones morales que la justifican. Por otra parte, destacar el papel insustituible de los esposos en este campo no equivale a afirmar su soledad en la toma de estas decisiones. Los cónyuges tienen derecho a confiar y pedir la ayuda de la sociedad en orden a la mayor libertad y responsabilidad posibles de las propias opciones.
A la sociedad corresponde, a través de diversos servicios y personas, la obligación de prestar esa ayuda, suministrando la información adecuada y los medios y condiciones necesarios. Acompañar en la que debe ser una decisión libre, basada en razones proporcionadas, informada y responsable, en materia de espaciamiento o limitación de los nacimientos. Estas decisiones se toman con bastante espontaneidad en la mayor parte de las parejas, sin necesidad de cálculos complicados ni de reflexiones prolongadas y difíciles. Pero las decisiones no resultan siempre tan transparentes.
Los deseos y aspiraciones no pueden ser equiparados a los derechos. Lo que ha de ser reconocido, en cambio, es el derecho de un niño a nacer de un acto de amor de sus padres, así como el de no ser expuesto a un riesgo desproporcionado de unas condiciones de vida insuficientes que pongan en grave peligro su integridad física o psicológica. La conciencia ética de la Humanidad protesta contra todas las situaciones en las que los niños no son tratados con la dignidad que se merecen.
Teniendo en cuenta la importancia de estos principios y reconociendo que existen situaciones particularmente difíciles, que pueden poner en grave peligro el desarrollo armonioso del individuo, hay que afirmar que a menudo la única medida apropiada para asegurar que el niño sea protegido eficazmente radica en no llamarlo a la vida (2). Como dice Sánchez Monge: "Dios no crea al azar y sería una injuria para él la procreación irresponsable, traer al mundo seres humanos que no pudieran vivir en condiciones medianamente dignas" (3). El principio de no maleficencia y el de beneficencia obligan a ello. Lo esencial es que un hijo no puede ser fruto solamente de un deseo, de un capricho o de un instinto, sino de una opción libre y, por tanto, responsable. El mero voluntarismo es siempre insuficiente y, a menudo, resulta perjudicial. Hay que poner en el centro de la decisión sobre la conveniencia o no de engendrar el bien mismo del nasciturus. Muchos de nuestros lectores son católicos, por eso conviene subrayar que el Papa JUAN PABLO II se pronuncia en esta misma línea:
"Desgraciadamente, sobre este punto el pensamiento católico está frecuentemente equivocado, como si la Iglesia sostuviese una ideología de la fecundidad a ultranza, estimulando a los cónyuges a procrear sin discernimiento alguno y sin proyecto. Pero basta una atenta lectura de los pronunciamientos del Magisterio para constatar que no es así. En realidad, en la generación de la vida, los esposos realizan una de las dimensiones más altas de su vocación: son colaboradores de Dios. Precisamente por eso están obligados a un comportamiento extremadamente responsable. A la hora de decidir si quieren generar o no, deben dejarse guiar no por el egoísmo ni por la ligereza, sino por una generosidad prudente y consciente que valore las posibilidades y las circunstancias, y sobre todo que sepa poner en el centro el bien mismo del nasciturus. Por lo tanto, cuando existen motivos para no procrear, ésta es una opción no sólo lícita, sino que podría ser obligatoria" (4).

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¿Deben tener hijos las personas con síndrome de Down?


Hasta aquí, el marco general, aplicable a todas las personas que se plantean tener hijos. Vamos ahora al punto concreto que nos interesa, las personas con síndrome de Down. En ellas, como en cualquier otro ser humano, la demanda de tener hijos se inscribe en la lógica trayectoria del deseo sexual. La integración y la normalización determinan unas modalidades normales en la configuración de esa demanda: las personas con síndrome de Down instruidas y educadas, puestas en un ambiente existencial normal, que observan por la calle parejas con sus hijos de la mano o jugando en los parques de la ciudad, que ven en la televisión o el cine la felicidad de tener una familia, están movidas a perfilar sus propios deseos según los mismos moldes. Además, la creciente autonomía de estas personas, consolidada por el sentimiento de independencia económica y de responsabilidad que les infunde la ejecución de una actividad productiva, aunque sea en régimen de empleo protegido, presiona en la misma dirección. A medida que el sujeto cobra conciencia de su propia adultez, capacidad e independencia y se percibe capaz de amar y ser amado, se resiste a permanecer anclado en el hogar familiar, quiere contraer matrimonio y aspira a crear él mismo una familia.
El principio de paternidad responsable implica que, si bien una pareja de personas con síndrome de Down puede desear tener un hijo, hay que examinar detenidamente si de verdad están en situación de traer responsablemente un nuevo ser al mundo. Tanto o más que las legítimas aspiraciones de los posibles progenitores, hay que tener en cuenta el derecho básico de todo ser humano a venir a la vida en las mejores circunstancias posibles. La atención a las necesidades de los nacidos es un deber fundamental de la familia y de la comunidad humana en su conjunto, que tienen que crear aquellas estructuras e instituciones que posibiliten el desarrollo armónico e integral de todos y cada uno de sus miembros.
La situación de las personas con síndrome de Down presenta todavía no pocas carencias. Sin duda, su descendencia se va a ver condicionada directamente por esta situación. Se hablaría menos de este asunto si la situación fuese otra, y hacia ello debemos avanzar, como expuse en reiteradas ocasiones. No pretendo cargar el acento en las exigencias de una paternidad responsable sólo en este supuesto; hay muchas otras situaciones conflictivas en las que no se debería tener hijos y en las que también, por imperativo moral, se debería intervenir de alguna manera, al menos desde la vertiente educacional y de asistencia social, como así lo vienen haciendo (aunque creo que muy tímidamente) los diferentes Servicios Sociales. Y esto no es una postura antinatalista, porque nadie está diciendo que no se tengan hijos, sólo se dice que se tengan responsablemente, y éste es un criterio indeterminado que se concretará en cada caso concreto.
En la procreación, ¿busca la persona con síndrome de Down algo más que imitar una práctica extendida y socialmente valiosa? No obstante, aun cuando sus motivaciones fuesen realmente sinceras y éticamente aceptables, ¿están preparadas para llevar adelante con garantías mínimas de éxito la tarea por la que suspiran y que desean asumir? La crianza de un hijo requiere un alto grado de preparación y destreza de las que, hoy por hoy, no disponen en términos generales las personas con síndrome de Down. Por esta razón, apoyados en los criterios éticos antes propuestos, creemos oportuno afirmar que no parece conveniente ni recomendable que estas personas tengan descendencia y, por consiguiente, se hace necesario arbitrar los mecanismos pertinentes para que el ejercicio de su sexualidad no genere un embarazo para el que presumiblemente no están en condiciones. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que aquellos que estén en condiciones para atender adecuadamente a sus hijos -con los apoyos precisos- y quieran tener hijos no lo puedan hacer. Lo único que pretendo subrayar es que hay que poner especial atención en no hacer de la reproducción un gesto inauténtico y contrario a los más elementales valores de la moral, que ante todo proclama el deber de no hacer mal a nadie (principio de no maleficencia) y promover el bien (principio de beneficencia) (5).
Para las personas con síndrome de Down no es fácil hacerse cargo de las implicaciones y responsabilidades que acarrea tener un hijo, cuidarlo y educarlo, tanto porque su facultad de anticiparse al futuro es limitada, cuanto porque habitualmente habrá tenido pocas oportunidades de experimentarlo (no se le suele confiar el cuidado de un bebé). Hay que recalcar a través de todo el proceso educativo que un padre ha de ser capaz no sólo de cuidar al bebé, sino también de atender su desarrollo y educarlo durante la infancia y la adolescencia, con todo lo que eso supone. Muchas mujeres con discapacidad intelectual son sensibles ante el tema de la maternidad y miran al bebé como alguien de quien preocuparse y sobre quien prodigar afecto y calor: a menudo actúan en este terreno mecanismos de compensación de carencias del propio sujeto. Y aquí habría que introducir un elemento de sentido común: no es válido el argumento de que no existe el perfecto padre y de que nadie está suficientemente preparado para desempeñar esa misión. El criterio de proporcionalidad debe guiar nuestra actuación.
Me estoy acordando de una pareja que tenía unas ganas enormes de tener un niño y que se les hacía muy difícil ya aceptar los consejos que se les daba en sentido contrario. Entonces, aprovechando que una de las profesionales del Centro acaba de dar a luz, y lógicamente con su plena colaboración y la de su marido, se decidió llevar a vivir a su casa a la mujer con discapacidad intelectual con la consigna de que tenía que participar en todas las actividades de cuidado del bebé: creo recordar que fueron tres días los que aguantó… Ya no volvió a manifestar deseos de ser madre; gracias a este aprendizaje significativo, comprendió que una cosa son las ganas y otras las posibilidades reales.
En nuestra sociedad, tan sensible a la libertad individual y a la autorrealización, entendidas casi siempre desde el individualismo liberal, esta postura puede interpretarse como una merma de independencia de la persona, como una renuncia a conquistar un horizonte de mayor integración y autonomía. Algunos profesionales señalan la contradicción que sería el educar y permitir el ejercicio de una sexualidad normalizada y, no obstante, desaconsejar el tener descendencia. Se acusa esta situación como de grave discriminación: “Si tiene derecho a expresar plenamente su amor, sus deseos y su sexualidad, y desea tener hijos, no podemos negarle los apoyos necesarios para conseguirlo. Es un reto más, por supuesto, pero está en la línea de todos los que vamos afrontando”.
El conocimiento de la realidad da a la ética una base indispensable para acometer con rigor su tarea. Conocer el amplio entramado social dentro del cual se enmarcan las opciones en materia de fecundidad ayudará a comprender con mayor claridad la postura que hemos adoptado. Tener un hijo es una apuesta arriesgada. Hoy por hoy, de la misma manera que afirmamos que el matrimonio de las personas con síndrome de Down debe ser ensayado con todos los riesgos que pueda traer consigo, pues la posibilidad de un fracaso matrimonial no es razón bastante para disuadir de contraer nupcias y son más los beneficios que se pueden derivar de ese estado de vida que los perjuicios, también decimos que en el caso de la procreación la situación es radicalmente inversa y lleva a desaconsejar su ejercicio. En el caso de la descendencia, está en juego el bienestar de terceros inocentes, una realidad que altera sustancialmente el panorama y que debe ser debidamente ponderada.
Pero es que, además, tener hijos genera estrés y tensión en los padres, incluso a veces angustia, que pueden fácilmente bloquear a la persona con síndrome de Down. Y el embarazo puede suponer también un riesgo médico elevado para las mujeres con síndrome de Down (6). Creo, por tanto, que hay razones más que suficientes para desaconsejar la reproducción.
Al adoptar esta decisión, nos parece que no sólo no quiebra ni sufre ninguna merma el proceso normalizador, sino que éste sale fortalecido, al insistir en sus pilares básicos y prevenir, al mismo tiempo, realizaciones negativas que restarían credibilidad al proceso ante los ojos de una sociedad que muestra todavía su desconfianza con respecto a las posibilidades reales de autonomía y realización humana de las personas con síndrome de Down. No creo, sinceramente, que se vulnere su dignidad humana, al contrario, el motor de nuestra reflexión sigue siendo su máxima promoción en todas las dimensiones posibles: no todo el mundo está preparado para todo ni tiene derecho a todo, no podemos confundir aspiraciones con derechos.
Hay que seguir insistiendo en que así como el derecho a casarse es un derecho fundamental del ser humano, por el contrario, no existe un derecho a tener descendencia, por lo que el plano de solución de esta cuestión es del todo diferente: no existe discriminación alguna, no hay violación de la dignidad humana, sino un ejercicio respetuoso y solidario de la responsabilidad propia del individuo y de la comunidad social. La ideologización de este debate puede resultar altamente perniciosa para todo el proceso emprendido de mejora de la calidad de vida de las personas con síndrome de Down, que tiene todavía una base frágil e inestable que hay que consolidar. Sólo un enfoque mutidimensional y una perspectiva a largo plazo serán útiles para alcanzar la meta deseada.

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Conclusión
No se puede negar la dificultad que entrañan estas decisiones. Son los padres y tutores los que deben asumir la responsabilidad de desaconsejar e impedir la descendencia cuando fuere preciso por medio de una anticoncepción moralmente aceptable. Cuando una decisión afecta a una persona cuya autonomía está limitada, la dificultad aumenta y la responsabilidad del entorno se hace más delicada y urgente. Aquí pueden jugar un papel relevante los comités de ética, órganos interdisciplinares cuya misión es asesorar en la toma de decisiones que presentan dilemas morales. Vamos por el buen camino si examinamos constante y críticamente lo que va sucediendo, cómo va evolucionando el matrimonio. Toda esta temática debe abordarse desde una actitud de búsqueda y de realismo, de adaptación de los modelos teóricos a las circunstancias concretas. Me contaban un caso en que la hija, ya médico, estaba muy orgullosa de su madre con síndrome de Down… ¡Bendito sea Dios! Hacia ahí debemos caminar con paso decidido, pero midiendo bien nuestras fuerzas y posibilidades.
Es difícil enseñar a las personas con síndrome de Down a aceptar la posibilidad de un matrimonio sin hijos. En particular, a la mayoría de las chicas les gustaría tener un hijo, por muchas y diferentes razones: han aprendido que tener un hijo es una de las cosas más importantes que puede sucederle a una mujer ("absolutamente maravilloso") y es expresión de haber llegado a la edad adulta ("una no es realmente una mujer mientras no tenga un hijo"). Tener hijos es visto por la sociedad como una especie de signo de un cierto nivel de realización existencial, de status, de tal forma que las parejas que no pueden tener hijos se sienten bajo la presión de esta actitud. Por eso, cuando se educa a una persona con síndrome de Down es oportuno acentuar, más claramente que en otros supuestos, que no todo el mundo está capacitado para tener un hijo y que no por ello se es menos persona, ni la pareja resulta incompleta o imperfecta. La pareja de personas con síndrome de Down que no está en condiciones de tomar sobre sí la responsabilidad de un hijo puede hallar la felicidad que proporciona el poder casarse y vivir en compañía, como los demás seres humanos que se quieren. Estos matrimonios pueden marchar tan bien o tan mal como cualquier otro matrimonio.
Es necesario formular muy cuidadosamente estas indicaciones, con simpatía y cercanía, con sentido de la oportunidad, cerciorándose de que las ha entendido y asumido correctamente, y ofreciéndole al mismo tiempo otras alternativas que contribuyan a expresar su sentimiento de apertura a la vida.
Resulta injusto imponer a las personas con síndrome de Down expectativas poco realistas y, por eso, será mejor desidealizar cuanto antes la paternidad/maternidad y mostrarles las cargas e insatisfacciones que también trae consigo un hijo. No siempre somos conscientes del daño que se le puede hacer a una persona con discapacidad intelectual si se bromea sobre esta cuestión, pues esto no le ayuda a asumir pacíficamente su propia e irreductible realidad, porque fomenta la ensoñación, la insatisfacción y, por qué no decirlo, el nivel de frustración, al sentirse "distinto" a los demás. En la educación sexual debe decirse reiteradamente que sólo es razonable pretender tener un hijo si se está en condiciones de cuidarlo. Es muy importante que se habiliten oportunidades para actividades en las que la pareja sin hijos se pueda experimentar a sí misma eficazmente fecunda.
En resumen, me parece que los matrimonios entre personas con síndrome de Down no deben estar abiertos a la fecundidad como principio general, en aras de una paternidad responsable y que la educación sexual que les ofrezcamos debe contemplar esta afirmación como uno de sus contenidos vertebradores, al menos en las circunstancias que delinean la vida de las personas con síndrome de Down en el momento presente y siendo realistas con las metas que se pueden alcanzar a corto y medio plazo. Habrá quien pueda llegar y quien no, lo importante es potenciar al máximo la felicidad de cada persona de carne y hueso y no introducir en el mundo más injusticia y sufrimiento, si es que está en nuestra mano. Soy consciente de que en este tema –más que en otros– las posturas son divergentes y el debate está servido. Pero ése es precisamente uno de los objetivos que tengo al escribir estos artículos: que no demos las cosas por supuestas, con una cierta mentalidad fatalista, sino que nos preguntemos permanentemente si lo estamos haciendo de la mejor manera posible o si podemos mejorar nuestra actuación en algún aspecto… El diálogo respetuoso y la crítica constructiva es la única manera de avanzar en el conocimiento de la verdad. A ustedes, les presento mi más leal saber y entender, que someto a cualquier otro dictamen mejor fundado en la realidad de los hechos.

Referencias bibliográficas


1.F. SAVATER, El País, 16 de Febrero de 1997, p. 3.
2. Cf. GAFO, J., Etica y Legislación en Enfermería (Universitas, Madrid 1994), p. 121.
3. SANCHEZ MONGE, M., "Serán una sola carne..." Estudio interdisciplinar sobre el matrimonio y la familia (Atenas, Madrid 1996), p. 128.
4. JUAN PABLO II, "Angelus del 17-7-1994", Ecclesia 2696-2697 (1994) 19.
5. Cf. EDWARDS, J.P. - ELKINS, T.E., Nuestra sexualidad (Milán, Barcelona 1988), p. 117; KEMPTON, W. et al., "Amor, sexo y control de natalidad para el deficiente mental", Siglo Cero 97 (1985) 32.
6. Cf. DYKE, D.C. y otros, “Sexualidad e individuos con síndrome de Down”, en AA.VV., Síndrome de Down. Revisión de los últimos conocimientos (Espasa Calpe, Madrid 2000), p. 65
. Para Canal Down21