lunes, 20 de junio de 2011

El uso del humor en la terapia



Luis Alberto Spilzinger

La imaginación consuela a las personas
de lo que no pueden ser. El humor las
consuela de lo que son.
Winston Churchill

La frase que encabeza este trabajo me hizo reflexionar sobre
si el humor es solamente un consuelo o si su uso en la actividad
terapéutica puede constituirse en una herramienta no solamente
útil sino, en ciertas ocasiones, necesaria para encarar diversas
situaciones.
El uso del humor, el humorismo, ha sido definido por la Real
Academia (1992) como una “Manera de enjuiciar, afrontar y
comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso y
aunque sea en apariencia, ligero. Linda a veces con la comicidad,
la mordacidad y la ironía, sin que se confunda con ellas y puede
manifestarse en la conversación, en la literatura y en todas las
formas de comunicación y de expresión”.
Para ejemplificar lo que entiendo por humor recurriré, como
modelo, a una anécdota atribuida a George Bernard Shaw. Cuenta
que estaba internado por una afección seria y que la enfermera le
informó que, por orden del médico, podía solamente tomar media
taza de té y media galletita. Cuando terminó su magra comida,
Shaw le pidió una estampilla a la enfermera... “porque me gusta
leer un poco después de comer”. Es evidente, en este ejemplo, que
no se trata de un consuelo sino de un rasgo de humor utilizado
como una forma de encarar una situación traumática y dolorosa.
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Es necesario deslindar el humor en otras manifestaciones con
las que se lo puede confundir (como acota la definición mencionada
más arriba). Por ejemplo la burla que tiende a poner en
ridículo, la ironía que es una burla disimulada, el sarcasmo que
es una burla sangrienta o ironía mordaz y la sátira que procura
zaherir a una persona o una situación. Todas ellas tienden a
colocar al interlocutor en una situación de inferioridad o minusvalía
y dan lugar a que aparezca una sensación de humillación y
denigración que puede llevar a una retaliación o venganza.
Antes de desarrollar el tema del uso del humor en la terapia
quisiera mencionar dos conceptos sobre los cuales debe apoyarse
necesariamente su implementación.
El primero es la presencia de una adecuada comunicación
empática en la pareja terapéutica. La comunicación fue clásicamente
pensada, siguiendo los postulados de Claude Shannon, en
términos que pueden denominarse lineales o telegráficos. En ella
un emisor (el paciente) transmite un mensaje o señal que es
recibido por un receptor (el terapeuta) el que a su vez pasa luego
a ser emisor de un mensaje cuyo receptor será el paciente. En esta
formulación comunicar equivale a informar. Sin embargo se
puede pensar la comunicación con otro esquema que se acerque
más a las ideas de Ray Birdwhistell (1981) quien postula a la
comunicación como un sistema (un proceso) en el que los interlocutores
participan. Se privilegia el sistema que ha hecho posible
el intercambio, es decir el vínculo (pág. 77). El hecho de
considerar a la comunicación como un sistema implica: privilegiar
la participación compartida en vez del monto informativo,
enfatizar la importancia de la bidireccionalidad simultánea del
intercambio y destacar la presencia de los componentes paraverbales
y no verbales de dicha comunicación. Este sistema comunicativo
podría denominarse orquestal o reticular.
Orquestal en el sentido multifacético o polifónico de las líneas
melódicas, de la diversidad de voces, tonos, timbres y todas las
otras características que se perciben cuando se asiste a la ejecución
de una partitura musical. Reticular en el sentido de las
diferentes texturas y tramas que conforman un tejido. En este
contexto la comunicación es más un sistema de participación e
intercambio en el cual están inmersos ambos participantes, que
un pasaje de información. Esta nueva forma de concebir la
comunicación le permitió a Dell Hymes (1981) añadir el concep589
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to de competencia comunicativa al ya conocido de competencia
lingüística (pág. 88). Joyce McDougall (1982) coincide con esta
forma de encarar el tema y afirma que: “Comunicar retoma por
momentos todo su sentido original de un acto destinado a conservar
un contacto, un vínculo con el otro. La función simbólica que
consiste en informar a alguien de algo puede tornarse secundaria”
(pág. 160).
En cuanto a la empatía creo que no es solamente una cualidad
del terapeuta. El hecho de que la empatía esté presente no sólo en
la recepción de los mensajes, sino también en la emisión de las
respuestas y que la empatía tenga una bidireccionalidad simultánea
en el intercambio de mensajes (y por eso es que enfatiza el
aspecto comunicacional por sobre el informativo) me hacen
afirmar que el concepto debe ser ampliado a la pareja terapéutica
en términos de vínculo empático. Este vínculo es semejante al
que describe D. Stern (1985) en el desarrollo del self del bebé con
el nombre de sintonía o resonancia emocional. También en la
pareja terapéutica se desarrolla la posibilidad de establecer un
vínculo empático entre dos personas, cada una de las cuales trata
de ser entendida por la otra. (El paciente a través de sus asociaciones
y el terapeuta por sus interpretaciones). Esto sucede en
forma semejante a como se espera que ocurra entre el bebé y su
mamá y la mamá y su bebé. Cuando la relación con el bebé se
desenvuelve normalmente, la madre desarrolla una capacidad
empática para decodificar (entender) los mensajes que emite su
hijo, lo que promueve que éste aprenda a efectuar una lectura
cada vez más precisa de los mensajes que a través de la expresión
facial, la actitud corporal y el tono de voz, ha encodificado la
madre para él. Una vez logrado esto en el vínculo terapéutico, lo
que en muchas ocasiones es inédito, aparece la posibilidad de una
experiencia emocional compartida que posibilita el desarrollo
del self del paciente (y también del self del terapeuta).
El otro concepto sobre el cual se apoya el uso del humor en la
terapia es el de la creatividad imaginativa del terapeuta. La
imaginación fue considerada habitualmente como patrimonio de
los artistas. Sin embargo también su uso como instrumento
científico ha sido ampliamente aceptado. Prueba de ello fue el
encuentro realizado en Barcelona en 1987 sobre la imaginación
científica (publicado con ese título por varios autores). Recordemos
que en 1865 von Kekulé, el descubridor-inventor del anillo
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bencénico “imaginó” ver varias serpientes mordiéndose la cola
una a la otra para formar un círculo o anillo. Por su parte Susan
Langer (1954) se había referido a la “imaginación creadora”
(pág. 331) en Claves para una nueva filosofía. Dos años después,
en un artículo que actualizaba sus ideas, afirmó: “La diferencia
(entre el animal y el hombre) reside en la peculiar tendencia del
cerebro humano a usar las impresiones que recibe, no solamente
como estímulos u obstáculos a la acción física, sino también
como material de su función especializada, la imaginación” (pág.
264).
Algunos autores han hecho hincapié en la relación que existe
entre la imaginación y la creatividad. Estas ideas han sido publicadas
en libros no dirigidos al ámbito académico. D. R. Hofstadter
(1979) dice que la creatividad comienza a surgir en el mismo punto
en que lo hacen los procesos de la imaginación (pág. 634). Umberto
Eco (1989) afirma que “...incluso cuando falta el genio, la imaginación
es siempre creadora” (pág. 541). Y Desmond Morris (1967)
afirma que “En la investigación pura, el científico emplea su
imaginación de la misma manera que el artista” (pág. 148).
En cuanto a la creatividad, ha sido un tema que ha apasionado
a muchos investigadores y autores. Entre los múltiples
acercamientos elijo tres por su compatibilidad con nuestra tarea.
Arthur Koestler (1964) en The Act of Creation propone una teoría
del acto de creación y de los procesos que subyacen en el
descubrimiento científico, la originalidad artística y la inspiración
cómica. “Voy a tratar de mostrar que todos los patrones de
la actividad creativa son trivalentes: pueden entrar al servicio del
humor, del descubrimiento o del arte” (pág. 27). El análisis de
estas distintas actividades lo llevan a afirmar más adelante que:
“Todos los adelantos decisivos de la historia del pensamiento
científico pueden ser descriptos en términos de una fertilización
mental cruzada entre diferentes disciplinas” (pág. 230). Para
referirse a esta actividad acuñó el término bisociación que consiste
en la percepción de dos matrices al mismo tiempo. Y de allí
su propuesta concluyente de que “La teoría de la bisociación es
la esencia de la actividad creativa” (pág. 231).
Otro autor a tener en cuenta es el profesor de psicología Frank
Barron (1969) quien en su libro Personalidad creadora y proceso
creativo dice: “Me ha interesado el proceso creativo en psicoterapia,
visto como un encuentro entre personas, mediante cuya
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reunión se ha puesto en movimiento un proceso interpersonal.
Este proceso puede ser creativo y puede afectar, de manera
significativa, tanto al paciente como al terapeuta” (pág. 17). No
olvidemos que H. Etchegoyen en 1986 había afirmado que el
análisis es un proceso de crecimiento y también una experiencia
creativa (pág. 494). Para explicar este proceso Barron utiliza el
concepto de sinéctica que consiste en poner juntos elementos
diferentes y aparentemente irrelevantes.
Por último quiero referirme a Gregory Bateson (1979), reconocido
investigador sobre aspectos de la comunicación y el
desarrollo, quien en su libro Espíritu y naturaleza afirma que el
desasosiego y la confusión a que puede dar lugar lo impredecible
conduce a una detención de la evolución y de la creatividad e
imposibilita el descubrimiento y la invención de pautas conectoras.
La postulación de una “pauta que conecta” hace que esta idea
pueda emparentarse a los conceptos de bisociación y sinéctica
mencionados más arriba.
Cuando estas condiciones están presentes, la comunicación
empática permite al terapeuta utilizar su imaginación creadora
para ofrecer al paciente no sólo las interpretaciones que le
permitan vencer las resistencias (las que generalmente tienen
características denotativas), sino también utilizar otros recursos
que promuevan nuevas asociaciones o permitan un nuevo enfoque
de su problemática. Entre esos recursos merece destacarse el
uso del humor que por sus características connotativas también
enfatiza la posibilidad de mantener el contacto empático y responde
a las expectativas de seguir compartiendo la experiencia
emocional.
Vayamos ahora al uso del humor en la terapia. Uno de los
primeros interrogantes que surgen al tratar de conceptualizar las
características del uso del humor por parte del terapeuta es si nos
encontramos en el terreno de lo lúdico. Pienso que lo lúdico no es
privativo del análisis de los niños y que constituye un elemento
muy valioso que debe ser tenido en cuenta. Winnicott (1971) había
sido taxativo al respecto cuando afirmó: “En mi opinión debemos
esperar que el jugar resulte tan evidente en los análisis de los
adultos como en el caso de nuestro trabajo con chicos. Se manifiesta,
por ejemplo, en la elección de las palabras, en las inflexiones
de la voz y por cierto en el sentido del humor” (pág. 63).
Otra de las características del uso del humor por el terapeuta
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es la posibilidad de encontrar y proponer otras connotaciones
distintas de las que ofrece el paciente. Hay ocasiones en las que
la cualidad denotativa de las intervenciones del terapeuta resulta
insuficiente o, lo que es peor, corre el riesgo de ser intelectualizada.
En cambio el humor funciona como un efectivo agente
antiintelectualizante. Las connotaciones humorísticas estimulan
el pasaje desde la paradoja a la síntesis disyuntiva/copulativa,
desarrollándose la posibilidad de tolerar pensamientos y sentimientos
divergentes o aparentemente antitéticos. Su uso produce
en el paciente un incremento en la plasticidad conceptual y
emocional y estimula, en forma notable, la aparición de nuevas
asociaciones. Cabe aquí recordar la aseveración de Korzybski
(1933) de que: “Un mapa no es el territorio”. Es indudable que en
algunas ocasiones estamos tan absortos en el trabajo cartográfico
de establecer un mapa preciso y detallado de la estructura psíquica
del paciente, que nos olvidamos de un aspecto de nuestra tarea
que es el acompañar a nuestro interlocutor en el proceso de
conocimiento y reconocimiento de su territorio experiencial
surcado por pensamientos, recuerdos y emociones.
Se puede afirmar que el humor, al llevar al paciente a producir
nuevas asociaciones, estimula la posibilidad de elaboración mediante
nuevas recombinaciones e integraciones. Al reordenar las
experiencias y las emociones en nuevas configuraciones, se abre
la perspectiva de lograr cambios.
Es evidente que el uso del humor por parte del terapeuta no
debe tener atisbos de ironía, que provoca resentimiento; ni de
sarcasmo, que induce a la retaliación. El humor del analista es
válido cuando forma parte de los procesos comunicativos respetando
la participación simétrica de los interlocutores.
El humor en la participación del terapeuta puede manifestarse
de muchas maneras. En algunas ocasiones, recurre al refranero
popular cuya sabiduría permite una síntesis no dogmática de los
acontecimientos. Frases como “El que se quemó con leche,
cuando ve la vaca llora” (que remite a la repetición) o “Más vale
pájaro en mano que cien volando” (una referencia al aumento de
la ambición) o “Vísteme despacio que estoy apurado” (para los
rasgos hipomaníacos) etc., etc., permiten efectuar aproximaciones
a los conflictos ya que disminuyen notablemente la posibilidad
de que el paciente se sienta enjuiciado y estimulan la aparición
de nuevas asociaciones.
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Otras intervenciones se apoyan en el relato de chistes que
ejemplifican las tendencias del paciente. Funcionan como modelos
en los cuales el paciente mismo se ve reflejado obviando, en
cierta medida, la referencia personal que puede vivirse como
persecutoria. Recuerdo un paciente cuyo gesto adusto era permanente.
En una sesión donde el silencio inicial se prolongaba se me
ocurrió contarle el siguiente chiste: “Un caballo entra en un bar,
se acerca al mostrador y pide un whisky. El cantinero se lo sirve.
El parroquiano pregunta cuánto es y le responden: ‘Dos pesos’.
Paga y toma su bebida. El cantinero le pregunta si le parece caro.
‘No’, responde el cliente. El cantinero vuelve a preguntar: ‘¿Estaba
bueno?’. ‘Sí’, responde el cliente. Y el cantinero pregunta
finalmente: ‘Entonces ¿por qué esa cara larga?’”. El paciente rió
y comenzó a asociar sobre su gesto adusto. El humor había
logrado poner sobre el tapete un rasgo de carácter de muy difícil
acceso. No cabe duda que mi ocurrencia se apoyó en un registro
contratransferencial y que su enunciación tomó el camino del
humor para hacer evidente la problemática.
Cada uno puede recurrir a su propio estilo para utilizar el
humor. Pero no cabe duda que la intervención del humor logra
una distensión que constituye el preludio a la posibilidad de
nuevas asociaciones como forma de encarar la problemática del
paciente.
Considero que el humor no es sólo el fruto de la armonía
intrapsíquica, sino también un medio para lograrla. Si bien a
veces es cierto que las interpretaciones acertadas pueden ser las
que el analizado dice sentir en su plexo solar, no deja de asombrarme
que la distensión de una sonrisa me permite conjeturar
(con bastante seguridad) que el paciente ha accedido a una nueva
posibilidad de encarar su problemática.
Quizás alguien se pregunte si esta “actividad” del terapeuta no
contradice el principio de abstinencia. Pienso que su uso moderado
respeta la regla, mientras que su uso irrestricto o exagerado
puede producir satisfacciones sustitutivas, complicidad encubierta
o atisbos de seducción. Es evidente, por lo tanto, que
depende del tacto del analista. “El tacto es la facultad de ‘sentir
con’” (Einfuhlung = empatía) afirmó Ferenczi (1927). El tacto
tiene más que ver con “cómo” se dice algo que con “qué” se dice.
Los franceses lo expresan bellamente: “le ton fait la chanson” (el
tono es lo que hace la canción). La convalidación de su uso
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acertado puede observarse en las respuestas y asociaciones que
produce el paciente.
Esta relación entre empatía y tacto merece otras reflexiones.
En primer lugar pienso que el tacto es producto de un vínculo
empático “suficientemente bueno”. En segundo lugar considero
que el tacto debe funcionar como parámetro de control de la
“creatividad imaginativa” del terapeuta, indicándole hasta dónde
puede llegar. Y por último postulo que la creatividad humorística
del terapeuta, expresada con tacto, funciona como un importante
agente de cambio y elaboración por su operatividad heurística.
Cuando el paciente logra incorporar este rasgo a su acervo
instrumental aparecen rendimientos insospechados. Voy a ejemplificar
esto relatando la experiencia con un paciente joven con
quien el tema de la queja por los honorarios había sido reiterativo
y acompañado a veces por algunas explosiones de rabia. Yo le
había interpretado los aspectos inconscientes; le había señalado
algunas pautas de realidad, y últimamente había utilizado una
cierta dosis de humor. Estábamos en los tramos finales de su
análisis. Al terminar una sesión anuncia que me va a pagar y me
extiende varios billetes de cien pesos. Yo le pregunto cuánto le
tengo que dar de vuelto. Me mira, sonríe y me dice: “A voluntad”.
Pienso que en su respuesta había un reconocimiento implícito
de mi labor y una reconsideración de su antigua problemática.
Ambas utilizando un nuevo rendimiento psíquico adquirido en
nuestra labor conjunta. Eso me permite afirmar que el uso del
humor, producto de la imaginación creativa del terapeuta, acotado
por el tacto, refuerza la comunicación empática brindando al
paciente una confirmación de sus expectativas de ser entendido
y acompañado en la tarea de revisión de sus experiencias vitales y
emocionales.
Por último quisiera advertir que la participación humorística
del terapeuta no debe ser una muestra de sagacidad narcisista,
sino que debe tender, primordialmente, a la semantización, que
es uno de los objetivos de nuestra función de observador participante.
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